domingo, 22 de agosto de 2010

"EN EL REINO DE DIOS TODO LO GRANDE SUCEDE EN SILENCIO" (P. Kentenich)


¡Cuánta verdad oculta esta frase tan sencilla! si nos detenemos a meditar acerca de las obras de Dios, esas magníficas obras de Dios, no podemos dejar de afirmar esto. El primer ejemplo lo encontramos en el misterio de la Encarnación: Si de importantes obras hablamos, según mi entender, estamos frente a la más grande de las obras divinas en cuanto al hombre se refiere; porque si la Creación fué una manifestación de Caridad perfecta, qué podemos decir de la Encarnación sin quedarnos cortos en dicha expresión. Porque esta acción divina surge de quien no necesita de nadie, hacia una criatura ingrata y perjuriosa que poco después de haber recibido el ser a imagen y semejanza de su Altísimo Creador, traicionó su confianza de la manera más vil y soberbia. Pero Aquel mismo Señor que nos creó es un Dios de misericordia, que un instante después de haber expulsado del paraíso a nuestros primeros padres (porque también es Justo), nos prometió enviar un Salvador. Este Salvador no fué sino su Hijo muy amado, por quien todo fué hecho, la Luz que ilumita a todo hombre.
Corríjanme si me equivoco, pero Él vino a los suyos y los suyos no le recibieron; es más, le diron muerte cruenta y sanguinaria, lo trataron como al ser mas despreciable y lo llenaron de injurias y azotes. pero a cuantos le recibieron les dió la potestad de ser hijos de Dios... Si, entendieron bien!!!! Ese Dios que de nada ni de nadie necesita redobla su apuesta tras la primera caída del hombre y reviste a ese mismo ser despreciable por sí mismo, de dignidad y belleza, los eleva a lo más alto de la creación, y lo hace del modo más sorprendente: "entregando a una muerte ignominiosa a su Hijo más amado", a su Primogénito.
Ahora, retomando el tema central, "en el Reino de Dios todo lo grande sucede en silencio". Jesucristo viene a los suyos en un humilde pesebre, en la noche y en silencio. Sólo María y José para recibirlo. Claro está que luego tuvo hermosas visitas, pero nada conforme a su dignidad.
Toda la vida de Nuestro Señor fué una prolongada educación en la humildad: "Consentí en ser el más abatido de todos los hombres para que vencieras tu soberbia con la humildad"; porque si el pecado había entrado al mundo por la seberbia, era justo que sea vencido por la humildad, pero no una humildad cualquiera, "La Humuldad", una humildad divina.
Amigos del Corazón de Jesús, les propongo que dejemos hablar un momento a otra eximio ejemplo de nuestro Salvador: "La Eucaristía". ¿Cuántas personas han asistido a la Última Cena? No sabemos con exactitúd, pero seguros estamos que no han sido muchas. El lugar no fué nunca merecedor de tamaña proeza; más aún la materia en la que decidió entregarsenos fué la más común: pan y vino... nunca mayor humildad encontraremos que esta: encerrado en una caja y esperando día y noche que nos dignemos a asistir a su presencia... Él esperándonos a nosotros... si, estamos escuchando bien, el mismísimo Creador de los cielos y la tierra, el Todopoderoso, el Inmutable Señor de la perfección, Dios sin mas, es quien nos espera a nosotros, humildes criaturas toscas y canallas, esas mismas que de bueno solo tienen lo recibido de Dios, y lo propio es nada mas pecado.
Una de las más peligrosas y de las más sutiles tentaciones es la del orgullo en el bien. Por poco que se descuide en su vigilancia, el alma que había elevado la gracia por encima de la naturaleza y de su corrupción resbala imperceptiblemente y vuelve a caer en donde estaba. Nos miramos satisfechos, y llegamos hasta atribuirnos secretamente los dones de Dios. He aquí uno de los crímenes que más ofende a ese Dios celoso que no cederá su gloria a ningún otro (Is. XLII, 8) y que resiste a los soberbios (I Pedro V, 5). Pero nunca es tarde para decir junto al salmista: "mi verguenza está sin cesar delante de mí, y la confusión ha nublado mi rostro (Salmo XLIII, 16). Señor, no desprecies un corazón contrito y humillado (Salmo L, 19).
Y para terminar, les propongo que busquemos el servicio en el silencio. Este es el servicio que brinda constantemente Nuestra Madre del cielo.Lo vemos en la anunciación, en la visita a su prima Isabel, en las bodas en Canaan. Tomenos el Divino ejemplo de Cristo y el humano ejemplo de María.
Me despido recordando aquellas palabras de Kempis: "el hombre humilde goza de paz inalterable; la cólera y la envidia turban el corazón del soberbio".
hasta la próxima.