martes, 22 de febrero de 2011

CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO (Lewis) II

II

Mi querido Orugario:

Veo con verdadero disgusto que tu paciente se ha hecho cristiano. No te permitas la vana esperanza de que vas a con¬seguir librarte del castigo acostumbrado; de hecho, confío en que, en tus mejores momentos, ni siquiera querrías eludirlo. Mientras tanto, tenemos que hacer lo que podamos, en vista de la situación. No hay que desesperar: cientos de esos conversos adultos, tras una breve temporada en el campo del Enemigo, han sido reclamados y están ahora con nosotros. Todos los hábitos del paciente, tanto mentales como corporales, están todavía de nuestra parte.

En la actualidad, la misma Iglesia es uno de nuestros gran¬des aliados. No me interpretes mal; no me refiero a la Iglesia de raíces eternas, que vemos extenderse en el tiempo y en el espacio, temible como un ejército con las banderas desplegadas y ondeando al viento. Confieso que es un espectáculo que llena de inquietud incluso a nuestros más audaces tentadores; pero, por fortuna, se trata de un espectáculo completamente invisi¬ble para esos humanos; todo lo que puede ver tu paciente es el edificio a medio construir, en estilo gótico de imitación, que se erige en el nuevo solar. Y cuando penetra en la iglesia, ve al tendero de la esquina que, con una expresión un tanto zalamera, se abalanza hacia él, para ofrecerle un librito reluciente, con una liturgia que ninguno de los dos comprende, y otro librito, gastado por el uso, con versiones corrompidas de viejas canciones religiosas —por lo general malas—, en un tipo de imprenta diminuto; al llegar a su banco, mira en torno suyo y ve precisamente a aquellos vecinos que, hasta entonces, había procurado evitar. Te trae cuenta poner énfasis en estos vecinos, haciendo, por ejemplo, que el pensamiento de tu paciente pase rápidamente de expresiones como «el cuerpo de Cristo» a las caras de los que tiene sentados en el banco de al lado. Importa muy poco, por supuesto, la clase de personas que realmente haya en el banco. Puede que haya alguien en quien reconozcas a un gran militante del bando del Enemigo; no importa, porque tu paciente, gracias a Nuestro Padre de las Profundidades, es un insensato, y con tal de que alguno de esos vecinos desafine al cantar, o lleve botas que crujan, o tenga papada, o vista de modo extravagante, el paciente creerá con facilidad que, por tanto, su religión tiene que ser, en algún sentido, ridícula. En la etapa que actualmente atraviesa, tiene una idea de los «cristianos» que considera muy espiritual, pero que, en realidad, es predominantemente gráfica: tiene la cabeza llena de togas, sandalias, armaduras y piernas descubiertas, y hasta el simple hecho de que las personas que hay en la iglesia lleven ropa moderna supone, para él, un auténtico (aunque inconsciente, claro está) problema. Nunca permitas que esto aflore a la superficie de su conciencia; no le permitas que llegue a pregun-tarse cómo esperaba que fuese. Por ahora, mantén sus ideas vagas y confusas, y tendrás toda la eternidad para divertirte, provocando en él esa peculiar especie de lucidez que propor¬ciona el Infierno.

Trabaja a fondo, pues, durante la etapa de decepción o anticlímax que, con toda seguridad, ha de atravesar el paciente durante sus primeras semanas como hombre religioso. El Enemigo deja que esta desilusión se produzca al comienzo de todos los esfuerzos humanos: ocurre cuando el muchacho que se deleitó en la escuela primaria con la lectura de las Historias de la Odisea, se pone a aprender griego en serio; cuando los enamorados ya se han casado y acometen la empresa efectiva de aprender a vivir juntos. En cada actividad de la vida, esta decepción marca el paso de algo con lo que se sueña y a lo que se aspira a un laborioso quehacer. El Enemigo acepta este riesgo porque tiene la curiosa ilusión de hacer de esos asquero¬sos gusanillos humanos lo que Él llama Sus «libres» amantes y siervos («hijos» es la palabra que El emplea, en Su incorregible afán de degradar el mundo espiritual entero a través de relacio¬nes «contra natura» con los animales bípedos). Al desear su libertad, el Enemigo renuncia, consecuentemente, a la posibili¬dad de guiarles, por medio de sus aficiones y costumbres pro¬pias, a cualquiera de los objetivos que Él les propone: les deja que lo hagan «por sí solos».

Ahí está nuestra oportunidad; pero también, tenlo presen¬te, nuestro peligro: una vez que superan con éxito esta aridez inicial, los humanos se hacen menos dependientes de las emo¬ciones y, en consecuencia, resulta mucho más difícil tentarles. Cuanto te he escrito hasta ahora se basa en la suposición de que las personas de los bancos vecinos no den motivos racionales para que el paciente se sienta decepcionado. Por supuesto, si los dan —si el paciente sabe que la mujer del sombrero ridículo es una jugadora empedernida de bridge, o que el hombre de las botas rechinantes es un avaro y un chantajista—, tu trabajo resultará mucho más fácil. En tal caso, te basta con evitar que se le pase por la cabeza la pregunta: «Si yo, siendo como soy, me puedo considerar un cristiano, ¿por qué los diferentes vicios de las personas que ocupan el banco vecino habrían de probar que su religión es pura hipocresía y puro formalismo?» Te preguntarás si es posible evitar que incluso una mente humana se haga una reflexión tan evidente. Pues lo es, Orugario, ¡lo es! Manéjale adecuadamente, y tal idea ni se le pasará por la cabeza. Todavía no lleva el tiempo suficiente con el Enemigo como para haber adquirido la más mínima humildad auténtica: todo cuanto diga, hasta si lo dice arrodillado, acerca de su propia pecaminosidad, no es más que repetir palabras como un loro; en el fondo, todavía piensa que ha logrado un saldo muy favorable en el libro mayor del Enemigo, sólo por haberse dejado convertir, y que, además, está dando prueba de una gran humildad y de magnanimidad al consentir en ir a la iglesia con unos vecinos tan engreídos y vulgares. Mantenle en ese estado de ánimo tanto tiempo como puedas.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO

CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO (Lewis)

ESTIMADOS AMIGOS, QUISIERA COMPARTIR CON USTEDES ESTAS CARTAS QUE SON PARA NO PERDÉRSELAS.
VOY A IR PUBLICÁNDOLAS DE A POCO PERO ESPERO SUBIRLAS COMPLETAS. DE CUALQUIER FORMA, SE ENCUENTRAN EN INTERNET, POR SI ALGUIEN QUIERE BAJARLAS PARA TENERLAS.

I

Mi querido Orugario:

Tomo nota de lo que dices acerca de orientar las lecturas de tu paciente y de ocuparte de que vea muy a menudo a su amigo materialista, pero ¿no estarás pecando de ingenuo? Parece como si creyeses que los razonamientos son el mejor medio de librarle de las garras del Enemigo. Si hubiese vivido hace unos (pocos) siglos, es posible que sí: en aquella época, los hombres todavía sabían bastante bien cuándo estaba probada una cosa y cuándo no lo estaba; y una vez demostrada, la creían de verdad; todavía unían el pensamiento a la acción, y estaban dispuestos a cambiar su modo de vida como consecuencia de una cadena de razonamientos. Pero ahora, con las revistas semanales y otras armas semejantes, hemos cambiado mucho todo eso. Tu hombre se ha acostumbrado, desde que era un muchacho, a tener dentro de su cabeza, bailoteando juntas, una docena de filosofías incompatibles. Ahora no piensa, ante todo, si las doctrinas son «ciertas» o «falsas», sino «académicas» o «prácticas», «superadas» o «actuales», «convencionales» o «implacables». La jerga, no la argumentación, es tu mejor aliado en la labor de mantenerle apartado de la Iglesia. ¡No pierdas el tiempo tratando de hacerle creer que el materialismo es la verdad! Hazle pensar que es poderoso, o sobrio, o valiente; que es la filosofía del futuro. Eso es lo que le importa.

La pega de los razonamientos consiste en que trasladan la lucha al campo propio del Enemigo: también El puede argumentar, mientras que, en el tipo de propaganda realmente práctica que te sugiero, ha demostrado durante siglos estar muy por debajo de Nuestro Padre de las Profundidades. El mero hecho de razonar despeja la mente del paciente, y, una vez despierta su razón, ¿quién puede prever el resultado? Incluso si una determinada línea de pensamiento se puede retorcer hasta que acabe por favorecernos, te encontrarás con que has estado reforzando en tu paciente la funesta costumbre de ocuparse de cuestiones generales y de dejar de atender exclusivamente al flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas. Tu trabajo consiste en fijar su atención en este flujo. Enséñale a llamarlo «vida real», y no le dejes preguntarse qué entiende por «real».

Recuerda que no es, como tú, un espíritu puro. Al no haber sido nunca un ser humano (¡oh, esa abominable ventaja del Enemigo!), no te puedes hacer idea de hasta qué punto son esclavos de lo ordinario. Tuve una vez un paciente, ateo convencido, que solía leer en la Biblioteca del Museo Británico. Un día, mientras estaba leyendo, vi que sus pensamientos empezaban a tomar el mal camino. El Enemigo estuvo a su lado al instante, por supuesto, y antes de saber a ciencia cierta dónde estaba, vi que mi labor de veinte años empezaba a tambalearse. Si llego a perder la cabeza, y empiezo a tratar de defenderme con razonamientos, hubiese estado perdido, pero no fui tan necio. Dirigí mi ataque, inmediatamente, a aquella parte del hombre que había llegado a controlar mejor, y le sugerí que ya era hora de comer. Presumiblemente — ¿ sabes que nunca se puede oír exactamente lo que les dice?—, el Enemigo contraatacó diciendo que aquello era mucho más importante que la comida; por lo menos, creo que ésa debía ser la línea de Su argumentación, porque cuando yo dije: «Exacto: de hecho, demasiado importante como para abordarlo a última hora de la mañana», la cara del paciente se iluminó perceptiblemente, y cuando pude agregar: «Mucho mejor volver después del almuerzo, y estudiarlo a fondo, con la mente despejada», iba ya camino de la puerta. Una vez en la calle, la batalla estaba ganada: le hice ver un vendedor de periódicos que anunciaba la edición del mediodía, y un autobús número 73 que pasaba por allí, y antes de que hubiese llegado al pie de la escalinata, ya le había inculcado la convicción indestructible de que, a pesar de cualquier idea rara que pudiera pasársele por la cabeza a un hombre encerrado a solas con sus libros, una sana dosis de «vida real» (con lo que se refería al autobús y al vendedor de periódicos) era suficiente para demostrar que ese «tipo de cosas» no pueden ser verdad. Sabía que se había salvado por los pelos, y años después solía hablar de «ese confuso sentido de la realidad que es la última protección contra las aberraciones de la mera lógica». Ahora está a salvo, en la casa de Nuestro Padre.

¿Empiezas a coger la idea? Gracias a ciertos procesos que pusimos en marcha en su interior hace siglos, les resulta totalmente imposible creer en lo extraordinario mientras tienen algo conocido a la vista. No dejes de insistir acerca de la normalidad de las cosas. Sobre todo, no intentes utilizar la ciencia (quiero decir, las ciencias de verdad) como defensa contra el Cristianismo, porque, con toda seguridad, le incitarán a pensar en realidades que no puede tocar ni ver. Se han dado casos lamentables entre los físicos modernos. Y si ha de juguetear con las ciencias, que se limite a la economía y la sociología; no le dejes alejarse de la invaluable «vida real». Pero lo mejor es no dejarle leer libros científicos, sino darle la sensación general de que sabe todo, y que todo lo que haya pescado en conversaciones o lecturas es «el resultado de las últimas investigaciones». Acuérdate de que estás ahí para embarullarle; por como habláis algunos demonios jóvenes, cualquiera creería que nuestro trabajo consiste en enseñar.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO

Nuevo obispo diocesano de San Luis

Buenos Aires, 22 Feb. 11 (AICA)
Mons. Pedro D. Martínez, obispo de San Luis (foto: parroquiadelsur.blogspot.com)

Mons. Pedro D. Martínez, obispo de San Luis (foto: parroquiadelsur.blogspot.com)

El nuncio apostólico, monseñor Adriano Bernardini, informó esta mañana, a través de AICA, que el Santo Padre, Benedicto XVI, aceptó la dimisión de monseñor Jorge Luis Lona al gobierno pastoral de la diócesis de San Luis por haber cumplido la edad establecida por las normas canónicas, y nombró Obispo diocesano a monseñor Pedro Daniel Martínez, de 54 años, quien hasta ahora se desempeñaba como obispo coadjutor de San Luis, cargo para el que el Papa lo había nombrado el 7 de diciembre de 2009.

Monseñor Pedro Daniel Martínez

Nació en la ciudad de Mendoza el 5 de marzo de 1956.

Cursó sus estudios filosóficos y teológicos en el Seminario Arquidiocesano de Paraná y fue ordenado sacerdote en la arquidiócesis de Mendoza el 17 de diciembre de 1981.

Su primer nombramiento fue como vicario parroquial en la parroquia San Vicente Ferrer, en Godoy Cruz (1982-1984). Después fue destinado a la parroquia Santa María Goretti en Luján de Cuyo. Simultáneamente ejerció el oficio de notario del Tribunal Eclesiástico de Mendoza (1983-1984).

Por invitación del obispo de San Rafael se incardinó en esa diócesis y fue enviado a Roma para terminar los estudios teológicos. En 1992 concluyó el doctorado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Lateranense, y más tarde, en 2003, siempre en la misma universidad, obtuvo el doctorado en Teología Dogmática.

En la diócesis de San Rafael se desempeñó como Secretario Canciller (1992-1993) y como Prefecto de Estudios y Formador del Seminario Mayor Diocesano Santa María Madre de Dios, hasta 1993. Junto a su función docente en el Seminario de San Rafael, enseñó también Teología en el Seminario San Miguel Arcángel de San Luis. Desde 1998 hasta 2000 fue profesor titular de Teología en la Cátedra de Economía del Instituto del Carmen de San Rafael. Desde 2005 es profesor de Teología Fundamental en la Facultad de Psicopedagogía, Filosofía y Ciencias Sagradas de la Universidad Católica de Cuyo.

Entre los años 1999 y 2001 la Congregación vaticana para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica lo designó Consejero del Comisario Pontificio para la Asociación "Instituto del Verbo Encarnado (IVE)", y desde el año 2000 hasta 2002 fue perito consultor de la Comisión Episcopal Fe y Cultura de la Conferencia Episcopal Argentina.

Es miembro de la Sociedad Argentina de Derecho Canónico, de la Sociedad Argentina de Teología y de la Sociedad Tomista Argentina.

Colaboró con varias obras de investigación teológica, y publicó en varias revistas. Además, en 2006 editó "El magisterio ordinario de la Iglesia en el pontificado del beato Pío IX".

Durante los años 2008 y 2009 fue rector del Seminario diocesano de San Rafael.

El 7 de diciembre de 2009 Benedicto XVI lo designó obispo coadjutor de San Luis.

Fue ordenado obispo el 19 de marzo de 2010 en la catedral de San Rafael por monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, y fueron co-consagrantes monseñor Eduardo María Taussig, obispo de San Rafael; monseñor Jorge Luis Lona, obispo de San Luis; monseñor Alfonso Rogelio Delgado, arzobispo de San Juan de Cuyo; y monseñor Juan Alberto Puiggari, obispo de Mar del Plata.

Inició su ministerio pastoral el 27 de marzo de 2010.

La diócesis de San Luis

Creada el 20 de abril de 1934, con la bula "Nobilis Argentinae nationis", de Pío XI, la diócesis de San Luis comprende todo el territorio de la provincia del mismo nombre.

El primer obispo fue monseñor Pedro Dionisio Tibiletti (1935-1945). Lo sucedió monseñor Emilio Antonio Di Pasquo (1946-1961). El tercer obispo de San Luis fue monseñor Carlos María Cafferata (1961-1971). El cuarto obispo fue monseñor monseñor Juan Rodolfo Laise OFMCap, (1971-2001), actualmente residente en Italia. El quinto obispo de San Luis es monseñor Jorge Luis Lona a quien el Santo Padre acaba de aceptarle la renuncia por edad. Gobernó pastoralmente la diócesis desde el 6 de junio de 200l.

Tiene una superficie de 76.748 kilómetros cuadrados y una población de unos 400.000 habitantes, de los cuales se confiesan católicos el 90%.

Tiene 47 parroquias. Para la atención espiritual de la feligresía cuenta con 77 sacerdotes (71 diocesano y 6 religiosos), y 76 religiosas. La diócesis cuenta con 42 centros educativos.+
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