jueves, 16 de agosto de 2012

RECIBÍ TODO LO QUE PRECISABA


No pocas veces pretendemos que la providencia de Dios se acomode a nuestros intereses. Le concebimos como esos padres hiperprotectores que no quieren que su hijo reciba un suspenso. Creen que presionando al profesor para que le apruebe, sin merecerlo, le están ayudando. Quisiéramos que Dios nos facilite permanentemente las cosas, nos ahorre esfuerzos, nos evite sacrificios, impida frustraciones... Cuando los padres hiperprotectores se afanan en este empeño, no son conscientes del tremendo mal que, con esa actitud, causan a la formación de la personalidad de sus hijos y a su actitud ante la vida.
En relación con la reflexión de esta pretensión, me venía al recuerdo aquella parábola del hombre que trató de ayudar a una mariposa a salir, fácilmente de su crisálida.
Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo. Un hombre se sentó y observó cómo la mariposa se esforzaba tratando de que su cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero. Le pareció que ella sola no lograría salir. Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa: tomó unas tijeras y cortó el resto del capullo.

La mariposa entonces, salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba atrofiado, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola porque él esperaba que, en cualquier momento, las alas se abrieran, y se agitarían, y serían capaces de soportar el cuerpo, que a su vez se iría fortaleciendo.
Pero nada de eso ocurrió. La mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con un cuerpo deforme y unas alas atrofiadas. Nunca fue capaz de volar. Lo que aquel hombre no comprendió, a pesar de su voluntad de ayudar, era que aquel capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la mariposa pasara a través de esa pequeña abertura, era el modo por el cual la naturaleza hacía que la salida de fluidos desde el cuerpo de la mariposa llegara a las alas, de manera que fuera capaz de volar una vez liberada del capullo. El hombre en su afán de ayudar, de evitar un esfuerzo, o un sufrimiento, la había dejado lisiada para toda la vida.

Los padres, que con la mejor de las voluntades, pretenden hacerles fácil todo a sus hijos, les dañan irremediablemente para el resto de sus días. Y, paradójicamente, queriendo hacerles un favor los malogran. Deberíamos considerar, de tanto en tanto, el proceder del buen Padre Dios y aprender como reza esta plegaria de superación:
Pedí fuerzas y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.
Pedí sabiduría y Dios me dio problemas para resolver.
Pedí coraje y Dios me dio obstáculos que superar.
Pedí amor y Dios me dio personas para ayudar.
Pedí favores y Dios me dio oportunidades.
Quizá incluso no recibí nada de lo que pedí,
pero recibí todo lo que precisaba.
Miguel P. León

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