Instaurare in Veritate
Restauremos todas las cosas en la Verdad. Busquemos educar nuestro corazón en esa verdad divina que no es distinta de Cristo. Tomemos en serio ese llamado personal y universal a la santidad. Es hora de liberarnos de todo pensamiento pusilánime y lanzarnos a la conquista de aquellas cosas que marcan con el tizón de la magnanimidad a las almas generosas que lo dan todo por recibirlo al Todo.
sábado, 6 de julio de 2013
EL DEMONIO NO EXISTE
sábado, 29 de junio de 2013
LA OBEDIENCIA COMO VIRTUD
martes, 25 de junio de 2013
ELEGIR SER UN HÉROE
viernes, 17 de agosto de 2012
EL MENDIGO QUE CONFESO A JUAN PABLO II
Hace un tiempo, en el programa de televisión de la Madre Angélica en Estados Unidos (EWTN), relataron un episodio poco conocido de la vida Juan Pablo II.
Un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles.
El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.
El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, les respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa.
El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.
jueves, 16 de agosto de 2012
RECIBÍ TODO LO QUE PRECISABA
La mariposa entonces, salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba atrofiado, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola porque él esperaba que, en cualquier momento, las alas se abrieran, y se agitarían, y serían capaces de soportar el cuerpo, que a su vez se iría fortaleciendo.
Los padres, que con la mejor de las voluntades, pretenden hacerles fácil todo a sus hijos, les dañan irremediablemente para el resto de sus días. Y, paradójicamente, queriendo hacerles un favor los malogran. Deberíamos considerar, de tanto en tanto, el proceder del buen Padre Dios y aprender como reza esta plegaria de superación:
Miguel P. León
Félix Leseur: de esposo ateo a sacerdote católico
Jorge Enrique Mújica, LC
miércoles, 23 de marzo de 2011
Creo en la Santa Iglesia Católica, en la de ayer y en la actual
Los documentos del sagrado Concilio Vaticano II han de ser íntegramente recibidos por todos los hijos de la Iglesia. El Concilio puede y debe ser interpretado en todos sus textos a la luz de la Tradición eclesial. Otra cosa es que cada uno de nosotros en todos y cada uno de los temas que trata sea capaz mentalmente de lograr esa homogénea continuidad de interpretación. Se comprende que alguno tenga dificultades para aceptar ciertos textos, si a su entender son contradictorios con anteriores enseñanzas de la Iglesia.
Sobre este problema, una primera afirmación. Bajo el auxilio de la gracia, nuestra fe nace y se mantiene porque le creemos a Dios y porque le creemos a la Iglesia, Mater et Magistra, que nos habla en su nombre. Y en este sentido, nuestra fe en la Iglesia es el fundamento de la fe que prestamos a todas las verdades de la doctrina católica. Por eso Santo Tomás hace notar que quien considera la enseñanza de la Iglesia regla infalible para la fe recibe incondicionalmente todo lo que ella enseña. Si negara una sola de sus enseñanzas, negaría con eso su fe en la Iglesia, y por tanto ya propiamente no tendría sobre las otras verdades católicasfe, sino opinión (Suma Teológica II-II, 5,3).
Y sigo considerando el problema, esta vez recordando un caso concreto de grave conflicto mental.
Clemens Von Brentano escribe que la Beata Ana Catalina Emmerick, según ella le contó, "por espacio de mucho tiempo tuvo la costumbre de tratar con Dios de por qué no convierte a los grandes pecadores y por qué castiga eternamente a los que no se convierten. Decía a Dios, que no sabía cómo podía ser así, pues esto era contra su divina naturaleza; que convirtiéndolos ejercitaría su bondad, ya que nada le costaba convertir a los pecadores, los cuales estaban bajo su mano; que debía acordarse de lo que Él y su amado Hijo habian hecho por ellos, pues su Hijo había derramado su sangre y había dado su vida en la cruz; y de lo que Él mismo ha dicho en la Sagrada Escritura acerca de su bondad y misericordia y de las promesas que ha hecho. Si el Señor no es fiel a su palabra, ¿cómo puede pedir a los hombres que cumplan la suya?".
"El señor Lambert [su director espiritual, anciano sacerdote], a quien ella le dijo estas cosas, le repuso diciendo: 'Poco a poco, que vas damasiado lejos'. Después vio ella que eso debía ser así como Dios lo tiene dispuesto' ".
El conflicto mental de la Beata es gravísimo. Téngase en cuenta que en su citado caso la aparente inconciliabilidad de verdades se produce nada menos que entre una Palabra divina y otra Palabra también divina. En la mente de la Beata Ana Catalina (ratio fide illustrata) el principio de contradicción le exige inexorablemente negar la posibilidad de un infierno eterno. Y ella consiguientemente, con toda humildad y reconociendo la extrema falibilidad de la mente humana, suspende el juicio en ese tema, aceptando sin más lo que Dios mismo enseña sobre el infierno y propone la Iglesia docente.
Sigamos el ejemplo del sacerdote Lambert. Y digámosle al cristiano que en algún punto de la enseñanza del Vaticano II no alcanza a ver su posible conciliación con anteriores enseñanzas de la misma Iglesia: "Primero de todo, usted afirme, confirme y firme todo lo que la Iglesia enseña. Y trate después de ayudar el acto intelectual de su razón-fe, pidiendo luz a Dios y discurriendo como pueda, para lograr la conciliación de dos enseñanzas que ahora se le muestran como contradictorias. Si con el favor de Dios usted solo o con ayudas de otros llega a hacerse posible ese acto de la mente, perfecto. Si no, tendrá que suspender el juicio, prohibiéndose pensar en ese tema, porque ya ve usted que no es capaz de pensar sobre esa cuestión según la enseñanza de la Iglesia. Está claro que usted no debe consentir en ningún pensamiento que niegue o ponga en duda la ortodoxia de una enseñanza unánimemente acordada en un Concilio. Y menos aún debe negar en público su veracidad".
"Creo en la santa Iglesia Católica" (artículo 9º del Credo). Ya sé que sobre este problema hay muchas obras escritas, algunas en varios tomos. Creo, sin embargo, que estas sencillas consideraciones son verdaderas, y que la fe que afirmo tiene fuerza para ayudar a resolver cualquier conflicto que impide el avance del ecumenismo hacia la perfecta unidad de la Iglesia en fe, caridad eclesial y obediencia. Antes de todo análisis de una doctrina de la Iglesia debe afirmarse la fe en la Iglesia, en la de ayer y en la actual.
Por el contrario, si se pretende situar en primer lugar "las cuestiones doctrinales" (sobre la presencia eucarística, la gracia y la libertad, el sacerdocio ministerial y el común, la libertad religiosa en los Estados, la posibilidad del infierno, los anticonceptivos, la ordenación sacerdotal de mujeres, etc.), se pone entonces el acuerdo doctrinal como "condición previa" para llegar a la plena comunión con la Iglesia actual, la de Benedicto XVI y del sagrado Concilio Vaticano II, ecuménico XX. Pero de ese modo se invierte el orden, y la fe en la Iglesia no es la causa de la fe que se presta a sus enseñanzas. El "creo en la Santa Iglesia Católica" debe afirmarse en primer lugar, incondicionalmente, ya que toda nuestra fe se apoya en la Roca de Pedro, que es infalible.
José María Iraburu, sacerdote
Origen, desarrollo y actualidad de la cuestión lefebvrista
Con un Decreto de la Congregación para los Obispos, Benedicto XVI decidió revocar la excomunión que pesaba sobre cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X, popularmente conocidos como lefebvristas, el 21 de enero de 2009 (aunque se hizo público el día 24 del mismo mes y año).
El hecho halló amplia acogida en la prensa escrita, digital, de radio y de televisión mundial. Pero, ¿cuál sigue siendo el problema de fondo en este grupo particular? ¿Cuál es la historia de la Fraternidad y el origen histórico del conflicto? ¿Cómo se llegó a la excomunión y cuáles han sido los pasos de acercamiento mutuo entre la Fraternidad y la Santa Sede? Por último, ¿qué consecuencias se derivan del gesto de generosidad y buena voluntad del Papa?
I. Los orígenes del “problema”. Un poco de historia
El Concilio Vaticano II (1962-1965, convocado por el Papa Juan XXIII y clausurado por el Papa Pablo VI), fue un “poner al día” la relación entre la Iglesia y la sociedad contemporánea. ¿Su fin? Hacer conscientes a cada uno de sus deberes, robustecer la fe de los creyentes con nuevas fuerzas permaneciendo en la unidad y promover la santidad de los hijos de la Iglesia, difundir la verdad (Cf. Juan XXIII, Humanae Salutis, bula de indicción del S.S. Concilio Ecuménico Vaticano II, no. 4 y 7).
El Concilio redactó numerosos decretos, constituciones y declaraciones que, desde la fidelidad y en continuidad con el depósito milenario de la fe, ponían en práctica esa actualización (se pueden consultar íntegramente los documentos del Concilio Vaticano II en http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm).
Todos esos documentos fueron ratificados y apoyados por la amplia mayoría de los obispos del mundo que participaron en el Concilio. Uno de esos obispos fue Monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991), titular, por entonces, de la diócesis francesa de Tulle y arzobispo honorífico de Synnada, en Siria.
Originario de Tourcoing, Francia, Marcel Lefebvre obtuvo el doctorado en teología y fue ordenado sacerdote en 1929. En 1932 ingresó a los padres del Espíritu Santo y trabajó como misionero en Gabón. En 1947 fue nombrado obispo, en 1948 delegado apostólico y, de 1955 a 1962, arzobispo de Dakar, Senegal. Al trabajo de Monseñor Lefebvre, durante ese periodo, se debe la institución de 21 nuevas diócesis en África.
A inicios de la década de los 60´s, Monseñor Lefebvre fundó la Caetus Internationalis Patrum (Reunión Internacional de Sacerdotes), un grupo caracterizado por su talante conservador, pero en 1968 dimitió del cargo de general ante la oposición que estaba encontrando dentro de su misma fundación. En 1969 erigió el seminario san Pío X y en 1970 la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en Écône, Suiza.
Ya durante el Concilio Vaticano II, Lefebvre se mostró contrario a la redacción y publicación de Constituciones como la Lumen Gentium, sobre la Iglesia en el mundo actual, y a la Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia. También se manifestó escéptico respecto a la Declaración Nostra Aetate, sobre la relación de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas, y a la Dignitas Humanae, sobre la libertad religiosa. No obstante, firmó todos los documentos.
Son más o menos conocidos los abusos que, después del Concilio Vaticano II, se sucedieron en no pocas partes del mundo católico. La inadecuada interpretación de los documentos propició una práctica incorrecta de los mismos, no obstante las líneas guías que el Magisterio ofreció para la ortodoxia de la fe y la disciplina en la Iglesia.
Uno de los abusos, acaso de los más visibles, fue el litúrgico. La constatación del hecho motivó a Marcel Lefebvre a identificar esas arbitrariedades como la praxis ordinaria que emanaba del Concilio, con las que él no comulgaba. Al poco tiempo, Lefebvre rechazó de tajo buena parte de las enseñanzas del Concilio Vaticano II por considerarlas fruto del modernismo que, precisamente, Pío X (1835-1914), había condenado en la Encíclica Pascendi (carta encíclica sobre las doctrinas modernistas, del 8 de septiembre de 1907). Lefebvre también cuestionó algunos actos de gobierno de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II.
II. El motivo de la excomunión de 1988 y el punto medular del problema
Conocido el contexto, ¿qué motivó y cómo se llegó a la excomunión de Mons. Lefebvre y de los otros obispos de la Fraternidad? ¿Cómo individuar y comprender en pocas palabras la raíz del problema en esta situación particular?
Ante todo, conviene señalar que la actitud de Monseñor Lefebvre fue contestada con numerosos gestos de cercanía, caridad y buenas disposiciones por parte de la Santa Sede. Sin embargo, el talante de Lefebvre persistió y, el 27 de octubre de 1975, el cardenal Jean Villot dirigía una carta a Mons. Lefebvre sobre la “Supresión canónica de la Fraternidad San Pío X” (Cf. Enchiridion Vaticanum, Volume S1, Documenti della Santa Sede (Omissa 1962-1987), nn. 585 ss.). En 1976, el Papa Pablo VI suspendió “a divinis” a Monseñor Lefebvre aunque éste siguió celebrando los sacramentos y no acató la supresión de la Fraternidad.
En 1987, el Papa Juan Pablo II nombró un visitador canónico para la Fraternidad, el cardenal Gagnon. Ante las constataciones del visitador, y con el objetivo de evitar un cisma, Juan Pablo II escribió una carta al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger (8 de abril de 1988, en Enchiridion Vaticanum, Volume 11, Documenti della Santa Sede (1988-1989), nn. 535 ss.) para que se llegara a una solución del conflicto.
Entre el 12 y el 15 de abril de 1988, la Fraternidad y la Congregación para Doctrina de la Fe tuvieron encuentros que alcanzaron, el 5 de mayo del mismo año, la firma de un protocolo de carácter doctrinal, el proyecto de un dispositivo jurídico y medidas para regular la situación de canónica de la Fraternidad y de las personas relacionadas con ella.
En la primera parte de ese protocolo, a nombre propio y de la Fraternidad, Monseñor Lefebvre declaraba: 1) fidelidad a la Iglesia y al Papa, 2) aceptar la doctrina de la Lumen Gentium, 3) evitar polémicas a propósito del Magisterio del Concilio Vaticano II y la autoridad del Papa, 4) reconocer la validez de la misa según las nuevas disposiciones litúrgicas de Pablo VI y Juan Pablo II, y 5) respetar la disciplina de la Iglesia y las leyes eclesiásticas.
En la segunda parte del protocolo, la Santa Sede garantizaba: 1) una continuidad y reconocimiento de la Fraternidad, 2) facultad para usar los libros litúrgicos previos a la reforma conciliar, 3) la creación de una comisión compuesta por miembros de la curia romana y de la Fraternidad, 4) nombrar a un obispo para que siguiera de cerca a la Fraternidad.
Días más tarde, el 6 de mayo de 1988, el obispo Lefebvre dirigió una carta al cardenal Ratzinger pidiendo la consagración episcopal de un miembro de la Fraternidad para el 30 de junio del mismo año. En el texto añadía que, en caso de ser denegado el permiso, se vería impelido a proceder en conciencia.
El 24 de mayo de 1988, Lefebvre y Ratzinger se encontraron en Roma. El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe comunicó al líder de la Fraternidad la anuencia del Papa Juan Pablo II para proceder a la ordenación episcopal, pero para el 15 de agosto del mismo año, no para el 30 de junio. En otra carta a Joseph Ratzinger, Lefebvre insistió en la fecha que él proponía y amenazó con proceder si no se le atendía.
Posiblemente, una de las cartas personales más conmovedoras de todo el pontificado de Juan Pablo II, sea la que envío a Monseñor Lefebvre el 9 de junio de 1988. Con miras a evitar un cisma, el Sumo Pontífice invitaba a renunciar a la consagración sin el asentimiento papal: “no sólo le invito a esto –decía el texto–, más aún, se lo pido por las llagas de Cristo nuestro Redentor, en el nombre de Cristo quien, la vigilia de su Pasión, oró por sus discípulos `para que todos sean uno´”.
Todavía el 17 de junio de 1988, el Prefecto de la Congregación para los Obispos, cardenal Bernardin Gantin, hizo un monitum público donde llamaba la atención a Monseñor Lefebvre previendo el cisma.
El 30 de junio de 1988, Monseñor Marcel Lefebvre ordenaba, sin autorización del Papa, a Bernard Fellay (actual superior de la Fraternidad), Bernard Tiisier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta.
El 1 de julio de 1988, el cardenal Bernardin Gantin publicó el decreto de excomunión para Lefebrve, los cuatro nuevos obispos y para Monseñor Antonio de Castro Mayer (obispo brasileño que fungió como co-consagrante).
Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Ecclesia Dei (2 de julio de 1988) ofrecía la síntesis de la causa del problema por parte de los lefebvristas, que culminaba con la desobediencia en la consagración episcopal: “La raíz del acto cismático –escribía el Papa– se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que –como enseña claramente el Concilio Vaticano II– arranca originalmente de los Apóstoles, va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad”.
Y continúa: “Pero es sobre todo contradictoria una noción de Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de Obispos. Nadie puede permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquel a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad de su Iglesia (cf. n. 4)”.
El mismo 1988 se constituyó, como ulterior respuesta de cercanía del Papa, la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, un organismo vaticano para mantener el contacto con los lefebvristas y tratar de re-encauzarlos a la Iglesia católica.
III. Los pasos de acercamiento
El paso de la revocación de la excomunión del pasado día 21 de enero de 2009, es el resultado de una trayectoria precisa de acercamiento mutuo entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X, sobre todo tras la muerte de Monseñor Marcel Lefebvre acaecida en 1991.
Con motivo del jubileo del año 2000, un significativo grupo de lefebvristas acudieron en peregrinación a Roma. Cinco años después, el 29 de agosto de 2005, Benedicto XVI recibía en audiencia al líder actual de la Fraternidad San Pío X, Monseñor Bernard Fellay. El encuentro, que tuvo lugar en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo, respondía a una petición explícita de Fellay.
Días antes, en entrevista concedida por Monseñor Fellay a la agencia de prensa de la misma Fraternidad, DICI, con ocasión de los primeros tres meses del pontificado de Benedicto XVI, Fellay anunció qué pediría al Romano Pontífice: la posibilidad de que todos los sacerdotes, en todo lugar, pudieran celebrar la misa según el misal tridentino (anterior al Concilio Vaticano II), sin tener que pedir permiso al obispo local, y retractar el decreto de excomunión a los cuatro obispos.
El 7 de julio de 2007, Benedicto XVI publicaba el documento Summorum Pontificum, sobre la liturgia romana anterior a la reforma de 1970; con él se posibilitaba la celebración de la misa de acuerdo al misal vigente hasta antes de la reforma litúrgica tras el Concilio. La liberalización de la liturgia tridentina (llamada así por remontarse al Concilio de Trento, 1545-1563) fue bien recibida en la Fraternidad.
Las peticiones de Fellay estaban siendo atendidas, pero, no sin razón, en junio de 2008, el cardenal Darío Castrillón Hoyos, presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, recomendó a Monseñor Fellay empeñarse en los siguientes puntos 1) una respuesta proporcionada a la generosidad del Papa, 2) evitar toda intervención pública que no respetase la figura del Santo Padre y que pudiera ser negativa a la caridad eclesial, 3) evitar la pretensión de un Magisterio superior al del Papa, 4) poner a la Fraternidad en contraposición de la Iglesia, y 5) demostrar la voluntad de actuar honestamente en la plena caridad eclesial respetando la autoridad del Vicario de Cristo.
El mismo Bernard Fellay, en una entrevista concedida a Vittorio Messori y recogida por el periódico español La Razón (cf.11.07.2007), aseguraba que el hecho no era un paso “sino un salto de peso histórico”. Quedaba pendiente la cuestión de la excomunión, pero llegó dos años después. ¿Intervención de la Virgen de Lourdes? Parece ser que sí.
En 2008, los cuatro obispos de la Fraternidad San Pío X hicieron una peregrinación al santuario mariano de Lourdes, en Francia. Durante la misma, instaron a los fieles vinculados a la Fraternidad a rezar un millón setecientos mil Rosarios para que les fuese quitada la excomunión.
La oración fue acompañada de una carta de Monseñor Bernard Fellay, del 15 de diciembre de 2008, dirigida al Papa Benedicto XVI; en esa misiva se pedía explícitamente la revocación de la excomunión. En la misma carta expresaba: “estamos fervorosamente determinados en voluntad de ser y permanecer católicos y de poner todas nuestras fuerzas al servicio de la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, que es la Iglesia católica romana. Nosotros aceptamos todas sus enseñanzas con ánimo filial. Creemos firmemente en el primado de Pedro y en sus prerrogativas y por ello nos hace sufrir tanto la actual situación (entonces todavía de excomulgados, ndr)”.
El Decreto de la Congregación para los Obispos, firmado por el cardenal Giovanni Battista Re, con el que se pone fin a la excomunión, expresa claramente el deseo de “consolidar las relaciones de recíproca confianza, intensificar y hacer más estables las relaciones de la Fraternidad San Pío X con la Sede Apostólica […] Desea que este paso sea seguido por la realización de la plena comunión con la Iglesia de toda la Fraternidad, testimoniando así auténtica fidelidad y un verdadero reconocimiento del Magisterio y de la autoridad del Papa, con la prueba de la unidad visible”.
Por su parte, en un comunicado del superior general de la Fraternidad del día 24 de enero de 2009, el obispo Fellay expresaba su “gratitud filial al Santo Padre por este acto que, más allá de la Fraternidad San Pío X, representará un beneficio para toda la Iglesia”.
Y continuaba: “Nuestra Fraternidad desea poder ayudar siempre al Papa para remediar la crisis sin precedentes que sacude actualmente al mundo católico, y que el Papa Juan Pablo II había calificado como un estado de `apostasía silenciosa´”.
IV. Las implicaciones al revocar la excomunión. ¿El camino hacia una prelatura personal?
Después de todos estos pasos, de haber llegado hasta este punto, ¿qué queda?
El mismo decreto de revocación de la excomunión prevé reuniones entre ambas partes –la Santa Sede y la Fraternidad– de modo que se pueda llegar a soluciones de fondo respecto a las dificultades que todavía quedan en pie.
De hecho, el mismo comunicado del obispo Fellay, hacia el final, expresa claramente que “en este nuevo ambiente, tenemos la firme esperanza de arribar pronto a un reconocimiento de los derechos de la tradición católica”.
¿Podemos hablar entonces de un remedio momentáneo de forma pero no de fondo? Al parecer sí. De suyo, como escribía el periodista Andrea Tornelli en el diario italiano Il Giornale (cf. 22.01.2009), queda pendiente un acuerdo sobre el estatuto jurídico de la Fraternidad San Pío X dentro de la Iglesia Católica.
Según datos de la misma Fraternidad, ésta cuenta actualmente con 481 sacerdotes, 90 hermanos laicos, 206 religiosas, 6 seminarios, 117 prioratos, 82 colegios, 6 institutos universitarios, 450 lugares de culto en 62 países, y medio millón de adeptos, por lo que regularizar su situación en la Iglesia es prioritaria.
Algunos canonistas han llegado a pensar que la Fraternidad podría constituirse en “prelatura personal” a tenor de lo expresado en los números 294 a 297 del Código de Derecho Canónico. Con esta figura, la Fraternidad podría tener un obispo propio y los miembros que pertenecen a la Prelatura tendrían que ser los clérigos que están incardinados a ellas. Actualmente, la única prelatura personal en la Iglesia es el Opus Dei.
¿Y los fieles? “Mediante acuerdos establecidos con la prelatura, los laicos pueden dedicarse a las obras apostólicas de la prelatura personal; pero han de determinarse adecuadamente en los estatutos el modo de cooperación orgánica y los principales deberes y derechos ajenos a ella” (Cf. Código de Derecho Canónico, n. 296). O bien, los fieles se beneficiarían a través de “parroquias personales”. Esto lo permite el canon 518 del mismo Código. ¿La causa justa y el criterio objetivo? Querer participar de la celebración de la misa en el rito tridentino. De hecho, este mismo criterio aplica ya para la “diócesis personal” como ocurre con los Ordinariatos Militares (cfr. Código de Derecho Canónico n. 372 § 2).
Así pues, por una parte queda “solucionada” la excomunión de los obispos pero persiste la necesidad de reconocer, dentro de la Iglesia católica, a la Fraternidad dándole un lugar.
Si bien con los protocolos del 5 de mayo de 1988, suscritos por Ratzinger –de parte de la Santa Sede– y Lefebvre –a nombre de la Fraternidad– se preveía la erección de la Hermandad Sacerdotal San Pío X como sociedad de vida apostólica de derecho pontificio (con estatutos de acuerdo a los cánones 731 y 746 del Código de Derecho Canónico), incluso con algunas exenciones en cuanto al culto público, cura de almas y actividades apostólicas, el cisma y la excomunión dejaron sin efecto el documento firmado. Por tanto, persiste la supresión canónica de la Fraternidad que data del 27 de octubre de 1975.
Los lefebvristas han insistido siempre en el hecho de que la liturgia actual es la expresión de una orientación inaceptable que emana del Concilio Vaticano II. Todo parece indicar que, además de abordar este punto, las reuniones de las comisiones mixtas tratarán de inmediato el lugar de la Fraternidad en la Iglesia. Ciertamente, y no se puede ocultar, ahora hay un clima distinto que promete para el bien de la unidad en la única Iglesia de Jesucristo.
El autor agradece la asesoría de los sacerdotes Fernando Pascual y Eduardo Aranda en las matizaciones teológicas y canónicas de este artículo.
Jorge Enrique Mújica, L.C.
El director de «Encontrarás dragones», su agnosticismo, el Opus Dei y Escrivá de Balaguer
El director de «Encontrarás dragones», su agnosticismo, el Opus Dei y Escrivá de Balaguer
jueves, 17 de marzo de 2011
CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO (Lewis) XV
XV
Mi querido Orugario:
Por supuesto, había observado que los humanos estaban atravesando un respiro en su guerra europea —¡lo que ingenuamente llaman «La Guerra»!—, y no me sorprende que haya una tregua correlativa en las inquietudes del paciente. ¿Nos conviene estimular esto o mantenerle preocupado? Tanto el temor torturado como la estúpida confianza son estados de ánimo deseables. Nuestra elección entre ellos suscita cuestiones importantes.
Los humanos viven en el tiempo, pero nuestro Enemigo les destina a la Eternidad. Él quiere, por tanto, creo yo, que atiendan principalmente a dos cosas: a la eternidad misma y a ese punto del tiempo que llaman el presente. Porque el presente es el punto en el que el tiempo coincide con la eternidad. Del momento presente, y sólo de él, los humanos tienen una experiencia análoga a la que nuestro Enemigo tiene de la realidad como un todo; sólo en el presente la libertad y la realidad les son ofrecidas. En consecuencia, Él les tendría continuamente preocupados por la eternidad (lo que equivale a preocupados por Él) o por el presente; o meditando acerca de su perpetua unión con, o separación de, Él, o si no obedeciendo la presente voz de la conciencia, soportando la cruz presente, recibiendo la gracia presente, dando gracias por el placer presente.
Nuestra tarea consiste en alejarles de lo eterno y del presente. Con esto en mente, a veces tentamos a un humano (pongamos una viuda o un erudito) a vivir en el pasado. Pero esto tiene un valor limitado, porque tienen algunos conocimientos reales sobre el pasado, y porque el pasado tiene una naturaleza determinada, y, en eso, se parece a la eternidad. Es mucho mejor hacerles vivir en el futuro. La necesidad biológica hace que todas sus pasiones apunten ya en esa dirección, así que pensar en el futuro enciende la esperanza y el temor. Además, les es desconocido, de forma que al hacerles pensar en el futuro les hacemos pensar en cosas irreales. En una palabra, el futuro es, de todas las cosas, la menos parecida a la eternidad. Es la parte más completamente temporal del tiempo, porque el pasado está petrificado y ya no fluye, y el presente está totalmente iluminado por los rayos eternos. De ahí el impulso que hemos dado a esquemas mentales como la Evolución Creativa, el Humanismo Científico, o el Comunismo, que fijan los afectos del hombre en el futuro, en el corazón mismo de la temporalidad. De ahí que casi todos los vicios tengan sus raíces en el futuro. La gratitud mira al pasado y el amor al presente; el miedo, la avaricia, la lujuria y la ambición miran hacia delante. No creas que la lujuria es una excepción. Cuando llega el placer presente, el pecado (que es lo único que nos interesa) ya ha pasado. El placer es sólo la parte del proceso que lamentamos y que excluiríamos si pudiésemos hacerlo sin perder el pecado; es la parte que aporta el Enemigo, y por tanto experimentada en el presente. El pecado, que es nuestra contribución, miraba hacia delante.
Desde luego, el Enemigo quiere que los hombres piensen también en el futuro: pero sólo en la medida en que sea necesario para planear ahora los actos de justicia o caridad que serán probablemente su deber mañana. El deber de planear el trabajo del día siguiente es el deber de hoy; aunque su material está tomado prestado del futuro, el deber, como todos los deberes, está en el presente. Esto es ahora como partir una paja. Él no quiere que los hombres le den al futuro sus corazones, ni que pongan en él su tesoro. Nosotros, sí. Su ideal es un hombre que, después de haber trabajado todo el día por el bien de la posteridad (si ésa es su vocación), lava su mente de todo el tema, encomienda el resultado al Cielo y vuelve al instante a la paciencia o gratitud que exige el momento que está atravesando. Pero nosotros queremos un hombre atormentado por el futuro: hechizado por visiones de un Cielo o un Infierno inminente en la tierra —dispuesto a violar los mandamientos del Enemigo en el presente si le hacemos creer que, haciéndolo, puede alcanzar el Cielo o evitar el Infierno—, que dependen para su fe del éxito o fracaso de planes cuyo fin no vivirá para ver. Queremos toda una raza perpetuamente en busca del fin del arco iris, nunca honesta, ni gentil, ni dichosa ahora, sino siempre sirviéndose de todo don verdadero que se les ofrezca en el presente como de un mero combustible con el que encender el altar del futuro.
De lo que se deduce, pues, en general —si las demás condiciones permanecen constantes—, que es mejor que tu paciente esté lleno de inquietud o de esperanza (no importa mucho cuál de ellas) acerca de esta guerra que el que viva en el presente. Pero la frase «vivir en el presente» es ambigua: puede describir un proceder que, en realidad, está tan pendiente del futuro como la ansiedad misma; tu hombre puede no preocuparse por el futuro no porque le importe el presente, sino porque se ha autoconvencido de que el futuro va a ser agradable, y mientras sea ésta la verdadera causa de su tranquilidad, tal tranquilidad nos será propicia, pues no hará otra cosa que amontonar más decepciones, y por tanto más impaciencia, cuando sus infundadas esperanzas se desvanezcan. Sí, por el contrario, es consciente de que le pueden esperar cosas horribles, y reza para pedir las virtudes necesarias para enfrentarse con tales horrores, y entretanto se ocupa el presente, porque en éste, y sólo en éste, residen todos los deberes, toda la gracia, toda la sabiduría y todo el placer, su estado es enormemente indeseable y debe ser atacado al instante. También aquí ha hecho un buen trabajo nuestra Arma Filológica: prueba a utilizar con él la palabra «complacencia». De todas formas, lo más probable es, claro está, que no esté «viviendo en el presente» por ninguna de estas razones, sino simplemente porque está bien de salud y disfruta con su trabajo. El fenómeno sería entonces puramente natural. En cualquier caso, yo en tu lugar lo destruiría: ningún fenómeno natural está realmente de nuestra parte, y, de todas maneras, ¿por qué habría, de ser feliz la criatura? Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO